Puede parecer extraño, pero incluso un elemento como la luneta trasera del coche puede llegar a ser muy importante en el rendimiento del mismo. Se trata de una relación directa con el coeficiente aerodinámico, un apartado fascinante a la par que complejo en el campo de la fabricación de vehículos. Teniendo en cuenta la importancia de la aerodinámica de cara a determinar el consumo de combustible de un coche, se establece aquí una relación. Pues, en efecto, el cristal trasero, pese a lo que pueda parecer, puede marcar una gran diferencia en este aspecto.

Este detalle se puede apreciar en la forma en la que han evolucionado los diseños de los coches desde los setenta u ochenta. Antes era común ver coches de tres volúmenes con el cristal trasero completamente vertical. Con el tiempo, se ha ido suavizando de manera que, en lugar de ser perpendiculares con respecto al techo, se ha ido alineando. De esta manera se ha optimizado el flujo de aire, ofreciendo así un cx más óptimo. Hoy día es raro ver una luneta trasera en posición vertical si no es una carrocería hatchback. Es decir, que la carrocería termina a continuación del cristal.

¿En que repercute esto? En varias cosas. Con un mejor coeficiente aerodinámico, el coche ofrece una menor resistencia al aire, facilitando mayores velocidades punta. Pero más importante para el día a día, un coche con menor resistencia al aire ‘choca’ menos con el mismo y le cuesta menos avanzar. Por tanto, el motor realiza menos esfuerzo y se reduce el consumo de combustible. Es por esto que, sin ir más lejos, se suele buscar un buen cx en los coches eléctricos, maximizando su autonomía todo lo posible.

La genialidad de BMW en los ochenta

Cuando BMW fabricó su primer M3 (E30), lo hizo fijándose mucho en su máximo rival, el Mercedes-Benz 190E. El Serie 3 E30 normal tenía un coeficiente de 0,38 cx, bueno para la época pero no tanto como el 0,32 del 190E. El problema estaba precisamente en el pilar C y en la posición de la luneta trasera. Debía ser rediseñado, pero los de Baviera no tenían ni tiempo ni recursos económicos para ello. Debían actuar y rápido. ¿Qué se les ocurrió? Pues crear un segundo pilar C adicional.

Este pilar C, colocado en una posición más rezagada y diagonal, se montaba por encima del normal, de modo que le daba una línea más estilizada. Así, el cristal trasero se montaba en una posición más paralela al techo. Seguía siendo la misma pieza de cristal que en el Serie 3 normal, sin ninguna variación en la medida. De hecho, en los M3, si se observa a través del cristal, se puede ver por dentro el pilar C original del Serie 3 normal.

Esta triquiñuela de BMW, unida al alerón trasero que portaba el M3, le dio su ya icónico aspecto, además de cumplir su misión. Su coeficiente aerodinámico era de 0,32, igual que el de su rival de Stuttgart. El M3 E30 acabaría siendo un coche campeón mundial de turismos y arrasó durante años tanto en circuitos como en rallyes. Una verdadera máquina de Grupo A efectiva en toda clase de terrenos.