En caso de colisión con un vehículo o entre vehículos, es habitual que se acabe rompiendo algunos de los cristales de uno o ambos coches, sea alguna de las lunas laterales o posteriores o el parabrisas delantero según la naturaleza del incidente. Ahora bien ¿cómo se rompen exactamente? Una investigación realizada por Carglass da lugar a diferentes conclusiones.
Ya en 1921 el ingeniero Alan Arnold Griffith publicó la primera teoría para explicar la fractura del vidrio, estableciendo que el estrés necesario para que el impacto de un cristal es inversamente proporcional al tamaño del impacto – cuanto más grande sea, menos fuerza será necesaria para agrandar el tamaño. Otro factor a tener en cuenta lo aporta Sidney Wiederhorn años después, en 1967, revelando que la humedad del ambiente también es un factor a tener en cuenta.
Siempre en tensión
Los parabrisas están sometidos en todo momento a diferentes tensiones, primero por la propia fabricación del mismo – es decir, por el corte del vidrio y el doblado de las dos partes – y el diseño curvado. También hay que tener en cuenta la orientación, la inclinación y la distribución de masas. Además el parabrisas lleva una capa de plástico para laminar el cristal de modo que en caso de fractura no se parta en mil pedazos.
Por otro lado, los parabrisas se unen al resto del coche con un adhesivo de poliuretano que al endurecerse puede provocar contracción volumétrica en cierto grado – pudiendo variar esto entre unidad y unidad de un mismo modelo. Además el parabrisas se convierte en una parte estructural del coche una vez está instalado dado que soporta al techo al ser una resistencia al aplastamiento del mismo. Puesto que forma parte de la estructura también se somete a las fuerzas G de aceleraciones, frenadas o giros como el resto de la carrocería.
A todo esto se añade que las diferencias de temperatura hacen que la carrocería se agrande y reduzca por dilatación, teniendo en cuenta además que el vidrio, el acero, el aluminio y otros materiales utilizados en la fabricación de vehículos tienen diferentes coeficientes de expansión así como diferentes velocidades. También sufre el cristal con las diferencias de temperatura entre el interior y el exterior o cambios súbitos de temperatura, como el descongelarlo en invierno o el uso extremo del aire acondicionado en verano – en un país donde pueden registrarse temperaturas bajo cero en algunos puntos y superar los 45º grados en otros, sobre todo en Andalucía en el periodo estival.
Importante su reparación
Griffith y Wiederhorn constataron que una pieza de vidrio dañada pierde gran parte de su resistencia y no solo eso, sino que con los constantes cambios y presiones a las que está sometido el daño puede ir a mayor de manera casi imperceptible hasta ceder sin (aparente) previo aviso. Cuando se combinan factores que superan el umbral, como un cambio de temperatura o unas diferencias extremas, el parabrisas colapsará con todo el peligro que ello supone. Incluso al pasar por un bache o resalto a tan solo 30 kilómetros por hora puede llegar a generar una aceleración de 5G en el parabrisas.
Ahora bien, si un cristal es reparado a tiempo por profesionales, puede recuperar su resistencia original y no ser tan susceptible a fracturarse con cambios de temperatura o determinadas situaciones de humedad. Con los modelos actuales las empresas de gran nivel no solo se encargan de la reparación y reinstalación del cristal sino también de todos los sistemas ADAS que puedan estar relacionados con el parabrisas como pueden ser sensores o cámaras frontales.
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